Los niños pobres de Iguazú que se hicieron ricos vendiendo turrones, um conto de Alicia Segovia

.
Año 1972.

.

A causa de la devaluación de nuestra moneda que favorecía de manera descomunal a los brasileños, se produjo un fenómeno de migración masiva y apresurada a nuestro país de compradores brasileños.

.

Iguazú abría las puertas de sus comercios a los hermanos brasileños, que por miles cruzaban el río Iguazú en pequeñas canoas de madera para comprar productos argentinos.

.

El puente todavía no existía.

.

El tránsito se realizaba desde Foz do Iguacu hasta Porto Meira.

.

Para llegar al Porto Meira había que descender con vehículo por una gran bajada en curva; en su lado izquierdo existía un gran peñón, una elevada pared de piedra con vegetación.

.

El lugar donde estaba la Aduana brasileña era muy precario, con unas casillas de madera.

.

No había ningún tipo de control, los ciudadanos brasileños podían comprar en nuestro país lo que querían y en la cantidad que se les antojara.

.

Una vez que se llegaba al control aduanero, había que descender por unas escaleras de madera hasta el borde del río donde estaban los botes que realizaban el cruce a nuestro país.

.

A raíz del “boom” cambiario se originó una gran actividad entre los trabajadores de ambas riberas.

.

Se destacaban:

.

– Los Canoeros, por esta región se los conocía como “boteros”, realizaban el cruce de las personas por el río.

.

– Los Estibadores: eran los encargados de transportar y descargar en las embarcaciones los grandes bultos y paquetes de las compras efectuadas por los brasileños.

.

– Los Taxistas: no daban a basto llevando hasta el centro del pueblo los contingentes de compradores, y luego realizando el camino

inverso hasta el puerto.

.

– Los empleados/as de las tiendas.

.

– Personal de limpieza y mantenimiento de los locales.

.

– Los transportes aéreos y terrestres: realizaban el traslado de las mercaderías que llegaban a Iguazú desde Buenos Aires, para todos los comercios. En esa vorágine de brasileños comprando de manera compulsiva, los comerciantes de Iguazú estaban inmersos en una especie de “Fiebre del Oro”.

.

Compraban al por mayor para revender, en su mayoría. Todo se vendía y todo se compraba, en cantidades exorbitantes .

.

En medio de ese torbellino de abundancia económica, estaban unos pequeños personajes que conformaban ese gran escenario de opulencia comercial y financiera.

.

Estos circulaban en las calles y las veredas con pequeñas cajas de turrones, las que sostenían en sus caderas con un brazo:

.

-¡Rapai…é rapai…compra turrón…!

.

-¡Dona…leva turrón, gostoso…!

.

-¡Moza…compra para mim ese turrón gostoso!…

.

-¡Uma Caixa por 10 cruzeiros!…leva…

.

-¡Faco descontó (hago descuento)…8 cruzeiros uma caixa!…

.

Y corrían de aquí para allá.

.

El Puerto se cerraba a las 18:00 Hs., por lo que en ese horario existía un movimiento extraordinario, todos debían estar en el Puerto antes del cierre.

.

Para ese horario, los pequeños vendedores de turrones se trasladaban a las corridas a lo largo de la bajada del Puerto.

.

Allí conseguían continuar vendiendo los turrones a los últimos brasileños que todavía tenían dinero, y eran seducidos por los bajos precios de la mercancía.

.

Hasta hoy no entiendo porqué los brasileños gustaban tanto de los turrones argentinos de maní “Arcor”.

.

Creo que no había un solo brasileño que no se llevara a su país el codiciado turrón.

.

Y así fue que numerosos grupos de niños de las villas, que en su mayoría vivían en la pobreza, de la noche a la mañana…

.

¡Se hicieron ricos!

.

Lo que ganaban por día era el equivalente a un sueldo de un empleado público.

.

En invierno se los veía vistiendo las camperas más caras de cuero legítimo.

.

Me encontré hace unos días con uno de esos niños, hoy ya un hombre, quien me comentó:

.

– Yo tenía 10 años, no tenía idea del valor del dinero. Cuando terminaba el día no sabía donde poner la plata, ni que hacer con ella.

Una parte sí sabía cómo debía utilizarla, era para comprar más turrones para vender al día siguiente. Pero después no tenía mucha idea. Por lo que una persona que yo consideraba amiga, una señora adulta, me dijo:

.

– Lole, dejá que yo te guardo la plata, para que no te roben.

.

Lo que sí que cuando Lole se dio cuenta, la “amiga” se había esfumado con todo su dinero.

.

A pesar de ello, con una sonrisa en los labios y un brillo inocente en los ojos terminó la breve conversación, diciendo:

.

-¡Nos hicimos ricos vendiendo turrones!… .FIN

.