22 de novembro de 2024
  2. Iguazu tiene História: La Fiebre del Oro, conto de Alicia Segovia

Iguazu tiene História: La Fiebre del Oro, conto de Alicia Segovia

8 de fevereiro de 2023
Texto que integra o projeto ¿QUE ME CUENTAS IGUAZU?, desenvolvido pela autora na fronteira trinacional. São contos e crônicas baseados em fatos reais. Em “La Fiebre del Oro”, a autora traça o cenário e desdobramentos vividos pela cidade argentina da fronteira trinacional nos anos 70, a partir da alta do comércio fronteiriço e do turismo de compras. As fotos, de autor ignorado, mostram o fluxo de compradores brasileiros que cruzavam o rio Iguaçu em busca das mercadorias nas prateleira argentinas.
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Nas fotos, cenas do comércio fronteiriço no anos 70. – Arquivo: Alícia Segovia

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A comienzo de los años 70 cuando apenas tenía 16 años conocí a la abogada Olimpia del Rosario Gili trabajando en la Municipalidad.
Tenía unos ojos azules inmensos.
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Fumaba mucho.
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Llevaba los labios pintados, siempre.
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Venía de una familia de alcurnia de la ciudad de Corrientes capital.
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Enseguida me demostró su consideración, no me olvido de uno de sus consejos:
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– Cuando vayas a la universidad inscríbete en la carrera de Licenciatura en Turismo, te conviene porque Iguazú es una ciudad con un gran atractivo turístico que son las Cataratas y tiene un gran futuro.
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Una vez recibida venís a Iguazú y te instalas una Agencia de Turismo. –
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En aquel entonces nadie pagaba dos pesos por la industria sin chimeneas.
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Todo Iguazú giraba en torno al comercio del cachemir, lana angora, perfumes, abrigos de lana y cuero.
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Productos muy apreciados y procurados de manera masiva por los hermanos del otro lado del río.
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Los contingentes de brasileños atravesaban el río Iguazú en pequeñas canoas y lanchas desde Porto Meira (Foz do Iguazú) al puerto argentino.
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La orilla donde atracaban las embarcaciones (no había muelle) tenía un gran desnivel en el terreno de bastante altura, pedregoso y empinado.
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Los pasajeros subían la barranca por medio de unas precarias escaleras hechas con pedazos de madera y para no caer existía una soga de yute a modo de pasamanos que permitía a las personas sostenerse y no resbalar en la pendiente.
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Ese tránsito comercial abundante originó el quehacer de los – estibadores -.
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Eran personas que hacían el trabajo de acarreo de los bultos y bolsas con las gigantescas compras realizadas en el suelo argentino hasta las embarcaciones que llevaban a los brasileños de regreso a su país.
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El gran generador de ese extraordinario flujo de brasileños hacia nuestro país fue el reconocido comerciante Antonio Ortega.
Con una gran visión empresarial y un destacado talento para las finanzas, Antonio Ortega colocó a Puerto Iguazú en “Cuna de Oro”.
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Tenía una gran tienda en la avda. Brasil, también fue propietario de una de las primeras agencias de turismo, contaban con un micro y otros vehículos de menor porte para el traslado de los pasajeros hasta las Cataratas.
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Muchos lo imitaron pero muy pocos lograron alcanzar la cumbre del éxito como ese empresario.
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Algo que llamaba la atención en esa época era lo imposible de conseguir a nadie que hiciera limpieza doméstica y/o cuidara niños, toda la gente trabajaba en las tiendas.
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Muchas personas que tenían títulos de magisterio y/o profesorados también dejaban sus empleos en las instituciones educativas y se ponían a trabajar en las tiendas.
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Se les pagaba un sueldo fijo y además ganaban comisiones por las ventas, eso creaba un gran incentivo en razón de que por día llegaban a ganar el equivalente al sueldo de todo un mes de un empleo público o de un servicio doméstico.
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Los años 70 fueron la época de la -fiebre del oro- para Iguazú.
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Los comerciantes vendían de manera exorbitante.
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Corrían ríos de dinero vivo.
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Brillaba el sol de la bonanza en el pequeño pueblito fronterizo.
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En ese tiempo en el pueblo solo existía un Banco, el Banco Provincia de Misiones que funcionaba en un pequeño espacio alquilado al viejo Hotel Iguazú, por calle Paraguay.
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No pagaba buenos intereses y la caja fuerte del Banco era una de tamaño familiar que solo permitía el resguardo de una limitada cantidad de dinero.
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Debido a ese excepcional movimiento comercial e ingreso descomunal de dinero, algunos comerciantes se vieron obligados a colocar las grandes cantidades de dinero de la recaudación diaria en tachos metálicos y los guardaban enterrados en los fondos de sus viviendas.
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Siempre tengo en mis fantasías la imagen de las personas en Iguazú…
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¡Enterrando dinero!.
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Esa imagen la tengo que dibujar o pintar, algún día.
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Una vez por comentarios me enteré que un albañil que trabajaba en la casa de un comerciante haciendo algunas reparaciones, aparentemente vio en algún momento como el dueño enterraba en el fondo de la casa un tacho de metal.
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Según el relato, este hombre cavó y retiró el valioso recipiente hallando en su interior una suma millonaria en dólares.
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El hombre no tenía idea del valor de los dólares, una vez que tuvo el botín en sus manos inmediatamente tomó un taxi y emprendió un raudo viaje hacia Buenos Aires.
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Al chofer del taxi le llamó la atención que le pagara el viaje antes de partir con billetes de 100 dólares.
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Por el camino, verdad o leyenda, el -afortunado- albañil iba haciendo detener al chofer en diferentes Paradores para comer y adquirir diferentes productos, pagando siempre con dólares.
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Lo cierto es que nunca llegó a Buenos Aires, en el trayecto alertados del inusual cliente que pagaba con billetes de cien dólares, un control de policía caminera detuvo el vehículo y llevó al albañil detenido junto con su equipaje repleto de dinero.
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Pasado el tiempo esa particularidad de que los comerciantes no tenían donde resguardar sus descomunales ingresos diarios de dinero hizo que se instalara en Iguazú una Financiera clandestina.
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La misma tomaba el dinero de los comerciantes y pagaba un interés muy conveniente y atractivo.
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En su ambición nadie se detuvo a investigar quien administraba esa Financiera, palabras más palabras menos, el dueño resultó ser un bandido sin muchos escrúpulos, como muchos que hicieron pie en este – Fin de mundo de la frontera – .
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Y como tal un buen día, de la noche a la mañana, cerró sus puertas y se fugó de Puerto Iguazú llevándose decenas de bolsas y valijas con el dinero de un sinnúmero de comerciantes.
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Antonio Ortega tenía su propia caja de caudales, por lo que no tuvo que vivir esa amarga experiencia.
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Fue una hecatombe.
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Río de lágrimas inundaron las calles del pueblito de calles de tierra.
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El dinero se había esfumado.
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Por aquellos tiempos Iguazú era un Far-West.
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Ninguno de los comerciantes perjudicados por la estafa pudo hacer una denuncia, porque no tenían ningún comprobante legal que acreditara el movimiento financiero.
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Todas las transacciones eran realizadas en negro.
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Al malandrín nunca lo encontraron.
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El usurero bandido a estas horas debe estar tomando agua de coco debajo de una palmera en las Islas Maldivas, mojando los pies en las aguas azul-cielo del Océano Indico…
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FIN
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Leia mais textos de Alicia Segovia, aqui.
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Alicia Segovia, escritora e memorialista em Puerto Iguazú, Argentina. Texto reproduzido do projeto ¿QUE ME CUENTAS IGUAZU?, desenvolvido pela autora em redes sociais.

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