El Circo Rabanito, texto de Alicia Segovia

¡EL CIRCO RABANITO!.

Luciendo un sombrero de paja venía manejando Don Fantín.

A su lado la inseparable esposa, y apretadita en un costado del asiento la joven y bella hija Irma Vanzella.

Esa fue la primera vez que vinieron a Iguazú.

Fascinados con el entorno selvático de Misiones tomaron la decisión de regresar muy pronto para instalarse y vivir en el lugar.

Luego de hacer unas cuantas funciones en el pueblo regresaron a su lugar de origen, unos años después se radicaron definitivamente en Iguazú.

Como en una nebulosa veo a Don Fantín, un anciano delgado y de baja estatura, de ropa liviana clara y con sombrero.

Se instalaron en el predio que está al lado de la Cámara de Comercio, en la esquina frente a la Plaza San Martín.

En el Circo Don Fantín era el payaso, su esposa hacía de partenaire y cobraba las entradas.

Irma Vanzella era la bailarina, contorsionista y trapecista.

Luego de unos cuantos años gloriosos regalando alegría a nuestro pueblito de frontera, a consecuencia de un gran temporal de lluvia y viento la vieja y gastada carpa del circo comenzó a deshacerse en medios de incontables agujeros, imposibles de remendar.

El Circo Rabanito al quedarse sin carpa cerró sus puertas, pero la familia se quedó a vivir para siempre en Iguazú.

Cuando era Directora de Cultura de la Municipalidad de Puerto Iguazú visité a Irma Vanzella en su hospedaje “El Tucán”.

El hospedaje era una casa de madera con un corredor muy sencillo, estaba casi frente al supermercado Par-Bras, el frente estaba cubierto de alocasias, plantas de grandes hojas conocidas también como “Oreja de elefante”.

Como cartel tenía un gran tucán recortado y pintado sobre una rodaja de madera.

Allí se hospedaban todos aquellos que no tenían dinero para pagarse un hotel.

Por lo general eran saltimbanquis, trotamundos, artistas callejeros, soñadores y bohemios de toda naturaleza.

Irma era muy bondadosa y simpática, si no tenían dinero igual los albergaba a cambio de que le diesen un poco de cariño a sus mascotas y la ayudaran a darles de comer.

De niña llegué a conocer a sus dos gatos salvajes Tirica, los tenía en una gran jaula en los fondos de su casa, por aquellos tiempos no existía ninguna ley que prohibiera la tenencia de animales salvajes enjaulados.

También tenía dos inmensos loros Guacamayos Rojos.

Esta pareja de aves se hallaba en libertad, seguramente con las alas cortadas, no lo sé.

Todos los que pasaban por la Avda. Tres Fronteras (por esos tiempos se llamaba Victoria Aguirre hasta el Hito) se podía verlos en un grandioso árbol de Ceibo al costado de la calle.

Se paseaban y colgaban de sus ramas parloteando algunas palabras que les había enseñado a decir su dueña, como ser:

– La papa…la papa…-

– Chauuuu….Chauuu…-

En ese gran predio que iba desde el linde con el predio de Emsa hasta el semáforo había un gran bañado con camalotes.

Irma aprovechando la humedad del terreno cultivaba bellas y elegantes plantas de calas.

Cada vez que había un difunto la gente iba hasta lo de Irma Vanzella para solicitar un ramo de calas para honrar al finado, a lo que Irma accedía con gran solidaridad y simpatía.

En esa visita entre otras cosas Irma me relató que cuando venían en su primer viaje a Iguazú, cerca de Eldorado en el arroyo Piray-Guazú tuvieron que detener la marcha.

Había llovido muchísimo en esa temporada y el arroyo pasaba con gran fuerza sobre el puente.

Por esa razón el cruce del arroyo se hacía por medio de una balsa bastante precaria.

Me comentó que como pudieron subieron con el camioncito y todas sus pertenencias a la balsa.

Con su humor característico recordaba que ella tenía mucho miedo de que la balsa se desarmara a medio camino, pero eso no sucedió.

Llegaron sanos y salvos a la otra orilla.

Detrás de su sonrisa existía un pasado triste y doloroso.

Tuvo una hija hermosa que falleció muy jovencita.

Ese gran dolor Irma lo ocultó siempre detrás de su amable sonrisa.

A pesar de ser una bella mujer nunca se le conoció ninguna pareja, vivió en soledad dedicada a sus plantas y animales.

Fue la propietaria del primer cine de Iguazú, el glorioso cine “Panambí”.

En sus últimos años se dedicó a recoger perritos abandonados, les daba un techo y comida y los curaba de sus dolencias como el mejor de los veterinarios.

Les daba amor.

Algunos vivían con ella, otros más salvajes solo venían al atardecer para recibir una ración de comida.

Me contó que en ese momento tenía 74 perros a su cargo.

Se la podía ver todas las tardes con su sombrerito de fieltro y un changuito desvencijado por la avenida Tres Fronteras, caminando hacia el centro del pueblo para llegar a una carnicería que le guardaba los huesos para sus queridos compañeros.

Falleciò el 23 de Enero de 2010 en la pobreza, el anonimato y la soledad como la mayorìa de los artistas.