Augusto Roa Bastos (1917-2005), escritor paraguaio. – Foto: Memorial da América Latina
“Corrían los primeros días de agosto del año 1998.
En aquellos tiempos, la moneda de cambio favorable a nuestro país llenaba los comercios de ocasionales compradores, y sus calles bullían aturdidas por una dinámica actividad de compra-venta y gran desorden.
Paralelo a ese alboroto, también estábamos los eternos trabajadores de la cultura.
En mi caso, hacia unos años había organizado el – Primer Encuentro Internacional de Poetas y escritores de la provincia de Misiones -.
Cada año, la organización invitaba a un escritor reconocido por su trayectoria literaria.
Ese año, decidí contactar a un escritor considerado como uno de los más destacados de la literatura latinoamericana, ganador del Premio Cervantes en 1989, el gran escritor paraguayo Augusto Roa Bastos.
Para la mayoría de los que supieron en su momento de mis aspiraciones, consideraron que no valía la pena malgastar mi tiempo con un anhelo imposible.
Uno me dijo:
– ¡Augusto Roa Bastos!…¡ni lo sueñes!.
Pero lo que muchos no sabían era que todos mis proyectos y concreciones personales, siempre han tenido su génesis, en mis sueños.
Otro:
– ¡Queee!…Roa Bastos?…¿No te parece que le queda demasiado grande al Encuentro?.
Siempre dije y lo sostengo, si voy a soñar con algo…será a lo grande, para achicarse siempre sobra el tiempo.
Otros, murmuraron:
– Mmmm….Mmmm…
Y así, se propagaban las murmuraciones a mi alrededor, avivando el fuego de mi entusiasmo, cargado de sueños por cumplir.
No puedo recordar cómo conseguí el teléfono particular de Roa Bastos.
Un día disqué su número (era época de los teléfonos fijos) y con gran emoción y expectativa esperé que alguien respondiera del otro lado de la línea.
Un buen rato pude oír el sonido insistente de la llamada, como un eco, perdido en el pasillo de una inmensa catedral.
Hasta que alguien habló:
-Hola! Con quién tengo el gusto?…-
¡Sí! señores.
¡Lo había logrado!.
Era la voz del mítico escritor:
¡Augusto Roa Bastos!.
Con toda la osadía que me caracteriza, me presenté como escritora, organizadora de un Encuentro Internacional de poetas y escritores en la tierra de las Cataratas.
Roa Bastos, con toda caballerosidad, respondió amablemente a cada una de mis preguntas.
Inmediatamente, sin poner ninguna excusa o disculpa, aceptó la invitación y se comprometió asistir al Encuentro. Yo sobrevolaba el alto cielo, como un ave pequeña, llena de emoción.
A partir de ese momento, dos o tres veces por semana Augusto Roa Bastos se comunicaba conmigo, y manteníamos largas charlas por espacios de hasta una hora.
En una de sus llamadas me comentó que estaba escribiendo un libro sobre aforismos.
Lo que yo no sabía, era que estaba gravemente enfermo.
Algunas veces, se hacía presente una mujer que lo cuidaba, Cesarina Cabañas, y me decía:
-El señor ya tiene que descansar…-
A esas alturas, los diarios provinciales se hicieron eco del gran acontecimiento a llevarse a cabo en Iguazú.
Me hicieron notas periodísticas, varias.
De la facultad de Ciencias y Letras de la universidad católica “Ntra.Sra. de la Asunción”de Paraguay, se comunicaron conmigo para acceder a la lista de invitados.
Su interés era estar en la presentación del compatriota ilustre, Augusto Roa Bastos.
Vendría una comitiva de aproximadamente 20 personas.
Se habían enterado de la novedad a través de los medios gráficos de la provincia de Misiones.
De Posadas, me llamó el periodista y escritor, Pedro Abdón Fernandez, quien ocupara el cargo de Comisario por muchos años, en Puerto Iguazú, y me dijo:
-Alicia, yo quiero llevar la Banda de Música de la Policía de Misiones, para darle la bienvenida al ilustre escritor. Vamos a ir de Posadas en nutrido grupo, con estudiantes universitarios –
Todo era actividad y gran conmoción por el inusitado evento.
Hasta último momento conversé con Roa Bastos, según sus dichos, vendría de avión hasta Ciudad del Este y allí, alguien de nuestra organización iría a recepcionarlo para acompañarlo hasta tierras argentinas.
El día que él debía abordar el avión, recibo una llamada de Cesarina Cabañas, la señora que vivía con él y lo cuidaba, quien me dijo:
– Me comunico con usted para informarle que el señor Augusto no podrá cumplir con el compromiso asumido, porque él no puede caminar, hace bastante tiempo está en silla de ruedas con cuello ortopédico, lamento tener que decirle esto, pero esa es la realidad.
Le pido disculpas pero el señor Augusto me pidió que mantuviera en secreto su estado su salud – Se despidió amablemente y cortó.
Cuando hablábamos con Augusto Roa Bastos, su voz era clara y firme y sus pensamientos denotaban gran lucidez. Nada me hacía sospechar ni dudar de sus palabras.
Augusto Roa Bastos no vino a Iguazú.
Pero yo pude conversar telefónicamente por espacio de tres meses, con el gran escritor.
Tal vez lo ayudé a sobrellevar la soledad de esos días en que no podía caminar, tal vez.
Tal vez su mente, como la de muchos artistas y escritores, llena de fantasías y sueños por cumplir, se ilusionó y comprometió con toda generosidad y simpatía a participar de un ignoto Encuentro de Escritores en las Tierra de las Cataratas, abstrayéndose de la realidad.
Alguna veces vi en mis sueños a la Banda de Música de la Policía de la Provincia de Misiones en uno de los muelles del Puerto local.
Estaban todos pulcramente uniformados, con sus instrumentos, haciendo sonar sus fanfarrias.
Otras veces pude ver al gran escritor, apuesto y gentil, vestido con su clásico saco sport gris.
Agitando a modo de saludo un pañuelo de color blanco, sentando en el borde de un pequeño bote de madera, en medio del gran río Iguazú.
Desde la orilla, sonriendo, yo le respondía el saludo elevando una de mis manos.”
FIN
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