Este extraño caso ocurrió en la Seccional Yacu-í en el Parque Nacional Iguazú.
La Seccional era una hermosa casa de estilo colonial con una amplia galería.
Poseía grandes ventanales-puerta, con vidrio, tela mosquera y persianas de madera.
No teníamos luz eléctrica solo contábamos con un antiguo farol de noche Petromax, y velas.
Tenía una plancha de hierro herencia de mi abuela materna la que debía ser cargada con carbón ardiente para que calentara y así poder planchar las ropas.
Al no haber electricidad no teníamos heladera, por lo que no había forma de guardar alimentos perecederos.
Tampoco teníamos agua corriente, contábamos con un -ariete hidráulico- que permitía elevar agua desde un arroyo cercano; el ariete no funcionaba muy bien y muchas veces terminábamos yendo al arroyo a buscar el agua con grandes tachos.
Cierta noche estábamos en la comedor donde había una gran mesa de madera rústica, yo estaba apoyada sobre la misma leyendo un libro.
El Petromax esparcía una resplandeciente luminosidad.
Mi esposo arrodillado en el piso armaba con hojas de diario, varillas de tacuara y engrudo, un gran centro para tiro.
Así aprendí a tirar con pistola calibre 22, pistola calibre 9 mm. y rifle Winchester 22.
La población más próxima Cabure-í quedaba distante unos cinco kilómetros.
Frente a la Seccional pasaba la ruta 101, de tierra.
De día circulaban ocasionalmente algunos camiones y camionetas.
De noche reinaba absoluto silencio.
Solo se escuchaba el silbido del Petromax alternando sonidos débiles con otros de más fuerza.
Así estábamos los dos en silencio, concentrados cada uno en sus quehaceres.
De pronto desde la galería y orientado hacia la gran ventana de la cocina-comedor donde estábamos.
¡¡Sonó una melodía!!.
Los dos quedamos atónitos. Nos miramos ambos preguntándonos que estaba sucediendo.
No teníamos vecinos, no había nadie que pudiera estar en nuestra galería.
Pero nada sucedió, afuera solo reinaba la calma de la noche.
Tanto mi esposo como yo no teníamos temores, éramos personas preparadas para vivir en zonas agrestes y no creíamos en supersticiones.
¿Por qué razón?…
porque en la pared sobre la cabecera de la cama, colgada a modo de adorno había una quena andina.
Cuando mi esposo recién llegó al Parque Nacional Iguazú como Guardaparque, vivió junto a otros dos camaradas en una casa que estaba próxima al ingreso del Paseo Superior de las Cataratas.
Según me había comentado, en una ocasión hospedaron a un joven de nacionalidad peruana, un mochilero, que andaba escaso de recursos con quien por unos días compartieron momentos de amistad.
Cuando este joven peruano tubo que partir entregó a mi esposo como obsequio por su hospitalidad lo único que tenía para ofrecer, una quena andina.
Era muy bonita, hecha de caña y estaba adornada con hebras de colores de lana.
Por lo que convencidos de que era una melodía brotada de una quena, con el Petromax en mano nos dirigimos hacia la habitación para ver si allí estaba el instrumento musical.
La quena estaba en su lugar, no había nada extraño.
Entonces procedimos a abrir la gran puerta-ventana del dormitorio y salimos hacia afuera.
Recorrimos toda la galería de la casa, completa.
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