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¡Si no fuera por ella!
¡Cuántas cosas buenas hemos pasado juntos! Y cuántas decepciones que fortalecieron nuestro afectuoso contacto. A pesar de los reproches familiares, no puedo dejar de buscarla.
“La otra”. le dice mi esposa, rezongando por el tiempo que todos los días le dedico.
Poco a poco se transformó en necesaria, indispensable. Me fue envolviendo en su red, curiosamente inexpresiva pero poblada de palabras exóticas, desconocidas; fatalmente seductoras. Si hasta dialoga conmigo cuando mis musas, ausentes, dejan espacios vacíos en esas envenenadas noches; cuando cierra la edición, digo. Y ninguna “otra” tendría el tupé de colocarse a tan corta distancia mía.
Son miles los que saben de esta relación impura. Y a conciencia se nutren de ella para sus comentarios, insólitamente bien intencionados en la mayoría de los casos. Comprenden nuestra complicidad (muchas veces clandestina) tal vez porque entiendan que esta profesión es así de consentida.
A través de ella se me abre un mundo de posibilidades. La necesito, la busco, sé que de a poco me está sacando la vida. Sólo ellas y yo (pasaron varias, lo confieso) sabemos cómo me costó cambiarlas por otras más jóvenes y bonitas. Incluso hay una chiquita que me acompaña a todos lados. La primera ni siquiera hablaba. Y la actual me dice cosas abruptas, inesperadas, mientras me ofrece un tango que bailo entre las palabras, haciendo “ochos” en el humo del último cigarrillo de un paquete que parecía interminable.
Me acostumbré a tenerlas. A ellas, y a sus “doctores”, porque son de enfermarse seguido con unos bichos raros que infectan sus rígidas entrañas. En fin, siguen siendo extrañas aunque yo me ufane de conocerlas mucho, y sepa como encenderlas y hacerlas gemir en un lenguaje digital, de teclas que con sólo acariciarlas responden a mis demandas. Ellas me ganan en ciencia. El sentimiento, es cosa mía.
(No puedo olvidar aquellos tiempos en los que llegó a Misiones. Fue todo un descubrimiento, la computadora. Y hoy no sé lo que haría sin ellas y sus mágicas redes de prensa. Mi señora se queja, pero la nobleza obliga).
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