. Mientra no poseí más que mi catre y mi libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propriedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicílio, destruyendo en su memoria frágil el amor a sua antiga residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mi aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podrían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llega para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil. .
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