Con las ojeras excavadas, rojos los ojos como rábanos, vamos por las calles calladas.
La tripa impertinente hipa, puntual lo mismo que un casero, pero nada hay para la tripa.
No hay aguardiente ni tabaco, ni un mal trozo de carne dura: sólo las pulgas bajo el saco.
Así andamos por la ciudad, como perros abandonados en medio de una tempestad.
El sol nos tuesta en su candela, pero por la noche la Luna de un escupitajo nos hiela
Somos asmáticos, diabéticos, herpéticos y paralíticos, mas sin regímenes dietéticos.
Nos come el hambre día a día, y van cavándonos los dientes charcos bermejos en la encía.
¿Quién es quien sabe nuestros nombres? Nadie los sabe ni los mienta. Somos las sombras de otros hombres.
Y si es que hablar necesitamos unos con otros, ya sabemos de qué manera nos llamamos.
«Caimán», «El Macho», «Perro Viudo», son nuestros nombres en la vida, y cada nombre es un escudo.
¿Qué más da ser ladrón o papa? El caldero siempre es el mismo, lo que le cambian es la tapa.
Y hay quien podrido está en lo hondo; cuando el pellejo más perfuma más el espíritu es hediondo.
Nosotros vamos descubiertos; el pus al sol, la mugre al aire, y con los ojos bien despiertos.
Secos estamos como piedra. Largos y flacos como cañas. Mano-pezuña, barba-hiedra.
Mas no tembléis si crece el hambre: presto el gorila maromero se estrellará desde su alambre.
¡Ánimo, amigos! ¡Piernas sueltas, diente afilado, hocico duro, y no marearse con dar vueltas!
¡Saltemos sobre la ciudad, como perros abandonados en medio de una tempestad!
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