Umberto Eco, fotografado por Sergio Siano
El título exacto de esta notable obra del estudioso marciano Taowr Shz, transcripto a nuestro alfabeto de Aldebarán, sonaría poco más o menos como Hg Kopyassaae y podríamos por lo tanto traducirlo como “El enigma del siglo XX terrestre develado por medio de documentos captados en el espacio después de la destrucción de aquel planeta”. Taowr Shz es un antropólogo espacial conocido no sólo en toda la Galaxia poblada, sino también en algunas estrellas de la Gran Nube de Magallanes. La suya es, como merece recordarse, la famosa obra en la que, algunos años atrás, nuestro autor logró demostrar de modo impecable cómo no puede haber vida orgánica en el Sol, a causa de los procesos de fusión fría que constituyen su masa incandescente. Resulta curiosa la situación de este gran estudioso, conocido en gran parte del Universo, pero que desconoce su notoriedad, porque, como los lectores saben muy bien, mientras que nuestras avanzadas tecnologías nos permiten desde hace largo tiempo captar mensajes provenientes del sistema solar, la relación no es simétrica, ya que aun planetas también de avanzada tecnología como Marte permanecen a oscuras en nuestro monitoreo.
Para el conocimiento del sistema solar es esencial la mediación de Marte, porque nuestros sistemas IEC (Intrusión Espacial Comunicativa) nos permiten captar a lo sumo señales provenientes de aquel planeta, mientras que quedan fuera de nuestro monitoreo los cuerpos más internos del sistema, o sea, los más cercanos al Sol, como la Tierra, Venus y Mercurio. Por otro lado, el mismo Marte ha logrado captar señales provenientes de la Tierra sólo recientemente, y en particular en los últimos decenios, prácticamente después de que -según la versión de los marcianos- la vida sobre la Tierra ya se había extinguido. Lo que podemos saber sobre la Tierra proviene de una recolección casi casual de noticias captadas, por así decir, por los científicos marcianos, y “hurtadas” por nosotros a aquellos estudiosos, si se nos permite la expresión.
El trabajo de los marcianos, basado ciertamente en arduas conjeturas elaboradas sobre la base de datos muy incompletos, ha sido posible gracias al hecho de que, en los últimos años de vida, los terrestres habían elaborado un sistema de comunicación que cubría todo su globo, llamado Internet en el idioma local. Pero inicialmente este sistema se valía de canales internos del planeta, llamados “cables”. Sólo cuando el sistema se desarrolló por vía aérea, gracias a un sistema de captación y redistribución satelital, fue posible interceptar las señales de los terrestres con los sistemas IEC marcianos. Pero justo cuando empezaba una profusa recolección de datos, aún por interpretar, la vida en el planeta se apagó, alrededor del año que, según las cronologías terrestres, era designado como 2020.
La reconstrucción marciana estaba obstaculizada por el hecho de que el sistema de comunicación terrestre llamado Internet emitía cualquier tipo de dato y se presentaba como impermeable a cualquiera de nuestros criterios de selección. Podían aparecer allí noticias e imágenes sobre el pasado de la Tierra, datos tal vez científicos de difícil desciframiento (por ejemplo, los provenientes de una fuente llamada www.bartezzaghi.com) [N. de T.: Bartezzaghi es un conocido autor italiano de crucigramas y enigmas en general], listas de obras de publicación reciente (como los de una Bibliopoly. The multilingual database of rare and antiquarian books and manuscripts for sale . Por antiquarian books se debe entender, quizás, “comunicaciones de gran actualidad”), manuales de estudios anatómicos avanzados sobre las técnicas de acoplamiento terrestres en edades muy antiguas (véanse Penthouse.com y Playboy.com), mensajes cifrados producidos tal vez por servicios secretos (como por ejemplo: “te amo boludoÉ” o “te juro, por ahí me había quedado algo atravesado en el estómagoÉ, nunca me había pasado, volvé, te lo suplico. Lalo”).
Nótese además que, mientras que había sido posible captar de inmediato mensajes alfabéticos -para los cuales los descifradores marcianos habían elaborado manuales de traducción con bastante prontitud-, había sido más difícil captar imágenes, que se debían traducir por medio de un protocolo especial, ya que, mientras que la comunicación verbal de la Tierra era de índole analógica, la visual era de índole digital.
En todo caso, por fatigosas e imprecisas que sean las conjeturas marcianas, he aquí lo que probablemente habría sucedido en la Tierra. Desde hace alrededor de cinco mil de nuestros años (tal vez algunos millones de los de ellos), floreció sobre el planeta una vida inteligente, representada por seres llamados “humanos” que, como confirma una gran cantidad de imágenes captadas en sucesión, eran más o menos iguales a nosotros. Aquella civilización se difundió por todo el planeta construyendo curiosos conglomerados de construcciones artificiales, en las que a los terrestres les gustaba vivir, con un gradual empobrecimiento de los recursos naturales. En una fase muy cercana a la extinción, se produjo un “agujero” en la atmósfera (bastante parecida a la nuestra) que envolvía todo el planeta, lo que causó sucesivamente una elevación de la temperatura, la disolución de las grandes masas de H2O en estado sólido sobre los casquetes del globo, una gradual elevación de H2O en estado líquido y la desaparición de las tierras no cubiertas por H2O. Los últimos mensajes captados (y todavía sin terminar de interpretar) hablan de una “reunión de emergencia del G8 en los fiordos de Courmayeur” y de un “encuentro de emergencia de los presidentes Umbala Nbana, Chung Lenin González Smith y de Su Santidad Platinette II en el puerto del Monte Everest”. Después de esto, el silencio.
¿Cómo eran los terrestres antes de la extinción? Este es el tema del libro de Taowr Shz que estamos reseñando, aunque no podamos hojear con emoción sus hojas de amianto. Del mare magnum de Internet han podido captarse numerosas imágenes, fechadas en relación con la cronología terrestre, y que por lo tanto podemos atribuir a los diversos siglos anteriores a la extinción humana. Una imagen llamada Apolo del Belvedere nos informa que sus mujeres, en la adolescencia, eran de cuerpo esbelto y de bellas proporciones, un Fornarina y un Flora de un período más tardío nos ilustran acerca de la belleza abundante de sus machos (las terminaciones en “a” aludían a nombres masculinos, como Astronauta, Patriarca, Centinela, mientras que las terminaciones en “o” designaban seres femeninos, como en el caso de Soprano o Virago). Una representación llamada Déjeuner sur l´herbe nos muestra mujeres pudorosamente vestidas, que están sentadas en un prado con efebos desnudos de rasgos muy agradables. Los terrestres llamaban “fotografía” a los modos de representar otros seres de la vida real, mientras que llamaban “arte” al modo de imaginar seres inexistentes, como es el caso del cuadro de un tal Einstein, pintado con el gesto burlón de mostrar la lengua, o de la imagen de un guerrero musculoso y muy ágil, llamado Megan Gale, que se atrevía a treparse sobre los contrafuertes de un antiquísimo edificio de titanio.
Pero los marcianos estaban persuadidos de haber interceptado solamente imágenes de los terrestres que se remontaban a muchos siglos anteriores a su extinción, hasta que, justo pocos segundos antes del exterminio final, lograron captar muchas imágenes de un sitio Internet (www.moma.com) titulado The human image in the XXth century . Con ello se dieron cuenta de que habían logrado poner sus manos (o, más precisamente, sus antenas satelitales) sobre el único documento que decía algo acerca de las facciones de los terrestres en el momento de la declinación de su raza.
Evidentemente (tal como lo sugieren algunas otras interceptaciones), con anterioridad al mencionado “agujero” en la atmósfera ya los terrestres habían atentado en forma reiterada (por ingenuidad o por malicia suicida) contra la vida de su planeta. La vida de los terrestres había sido sometida ya a una dura prueba por fenómenos de índole incierta llamados “radiaciones atómicas”, “gases de descarga”, “Philip Morris”, “dioxina”, “vaca loca”, “talidomida”, “Big Mac” y “Coca Cola”. Las imágenes de The human image … nos muestran cómo la raza se iba degenerando en forma total a medida que se aproximaba a la extinción. Tales imágenes fueron proporcionadas, ciertamente, por estudiosos de anatomía y teratología que no vacilaron en representar la desintegración de la especie.
Representaciones atribuidas a un grupo identificado como ” Expresionistas alemanes” nos muestran el rostro humano ya estropeado por descamaciones, cicatrices y marcas violáceas en la epidermis. Un tal Bacon representa hembras (o machos) con los miembros desarrollados sólo en parte y con una tez color amarillo-ocre que llevaría a los médicos de Aldebarán a internar inmediatamente al sujeto. Las representaciones de un tal Picasso muestran cómo la degeneración de la especie había ya influido inclusive en la disposición simétrica de los ojos y de la nariz en un rostro humano. En algunas zonas, a juzgar por las representaciones de un tal Botero, los humanos en general habían desarrollado anormalmente una complexión deformada, con excesos de materia grasa e hinchazones en todo el cuerpo. Entretanto, un tal Giacometti nos muestra por su parte seres andróginos reducidos a meros esqueletos. De acuerdo con un tal Grosz, los seres de un sexo (¿cuál?) habían perdido prácticamente el cuello, y la nuca se unía entonces directamente a la espalda, mientras que según un tal Modigliani, el cuello se había estirado más allá de los límites de lo razonable, volviendo por cierto difícil la postura erecta.
Las imágenes de un tal Keith Haring muestran el hecho de que en ese momento la especie se habría reducido a multiplicarse en una serie de criaturas monstruosas sin más regla; otras de unos tales Boccioni y Carrà nos muestran por su parte seres que, tanto en el movimiento tenso de la carrera como en cualquier otro movimiento, pierden el control de sus miembros, mientras su cuerpo se exfolia confundiéndose con el ambiente. La misma estructura de los órganos visuales debe de haber sido dañada por “radiaciones” porque muchos de estos testimonios de aquel tiempo, mientras representan tanto una mesa con objetos como una ventana o un rincón de casa, no pueden distinguir las superficies y los volúmenes en su justa relación y los perciben como descompuestos y vueltos a ensamblar en modo contrario al de las leyes de la gravedad, o bien perciben un mundo en estado de disolución líquida. A veces el bloqueo de la percepción los lleva a ver solamente superficies bidimensionales confusamente coloreadas. Aparecen así seres con los ojos en lugar de los senos y la vulva en el lugar de la boca, entre humanos con el cuerpo de animal con cuernos, infantes deformes. Es así como un tal Rosai ve criaturas minúsculas entumecidas, con el telón de fondo de una calle que todavía alberga edificaciones volumétricamente sostenibles. La representación de un tal Duchamp nos muestra un macho de buen aspecto afeado por un bigote femenino, signo evidente de una mutación en acto.
El terrestre del siglo XX esperaba ya la muerte del planeta mientras su propia estructura corpórea se arrugaba, se lisiaba, languidecía. El libro de Taowr Shz documenta de modo evidente esta declinación de una especie que había anticipado, en la deformación de su cuerpo, la desintegración del planeta. Y, con ánimo perturbado y conmovido, leemos este testimonio de horror y de muerte que nos habla de seres que en un tiempo fueron un tiempo como nosotros y que eligieron de manera consciente su desdicha.
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